Mis queridos hermanos y hermanas:
Los ojos de los pastores, que habían acogido la Buena Noticia del nacimiento del Salvador, quedaron asombrados al contemplar al Hijo de Dios hecho hombre, como un frágil Niño, envuelto en pañales y acostado en un pobre pesebre. Junto a Él, María, su madre, que le había dado a luz, y José, que asumía su papel de padre. El Niño Dios necesitó el cuidado de una familia.
La familia de Jesús, tuvo que huir perseguida a Egipto y, pasado el peligro, volver a Nazaret, donde el Hijo de Dios vivió sujeto a sus padres, creciendo en sabiduría, estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres (cf. Lc 2, 52).
La Sagrada Familia de Nazaret es contemplada por todos nosotros en estos días de Navidad como modelo de toda familia. En ella crecen todos en el cumplimiento de la voluntad del Padre: las pruebas, el trabajo, el silencio, la humildad se desarrollan en el amor mutuo bajo la mirada bondadosa de Dios.
Al dirigirme a vosotros en este mensaje navideño, queridos diocesanos de Huelva, quiero centrarme sobre todo en la familia, porque la fiesta de la Navidad del Señor tiene un sentido familiar muy arraigado. Todos deseamos unirnos a nuestros seres queridos para celebrar juntos la Navidad.
Como dice el Papa Francisco, “la familia atraviesa una crisis cultural profunda, como todas las comunidades y vínculos sociales. En el caso de la familia, la fragilidad de los vínculos se vuelve especialmente grave porque se trata de la célula básica de la sociedad, el lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros y donde los padres transmiten la fe a sus hijos” (Evangelii Gaudium nº 66).
Deseo que Jesús esté presente en todas nuestras familias. Él es el centro de nuestra fiesta. Él está en medio de nosotros para ofrecernos su paz, porque nos enseña a comprendernos, a perdonarnos, a crecer en confianza y en fidelidad a los planes de Dios para cada uno de nosotros. Si Jesús es acogido en nuestras familias siempre estará ardiente el calor del amor, porque Él nos impulsa a amar dando la vida, atentos siempre a la necesidad del otro, a tratarnos con ternura y misericordia. Si Él habita en nuestros hogares no faltará la alegría, incluso en las lágrimas, porque nos sentiremos acompañados por su presencia que conforta y consuela, que hace brillar la luz en medio de nuestras noches. Con Él todos podemos crecer en santidad y renovar el mundo.
Al desearos esta presencia de Jesús en medio de nuestras familias, para que juntos crezcamos en la confianza en Dios y en el seguimiento del que es nuestro Camino, pienso en todas las situaciones diferentes que viven tantas familias. Me uno al sufrimiento de las que están angustiadas por el paro y las necesidades materiales y de las que están afectadas por la enfermedad. Rezo por las que viven situaciones de tensión, desavenencia o ruptura, por las que están fuera de su patria o tienen dispersos a sus miembros, por los que están solos. Mi pensamiento se dirige también, más allá de nuestras fronteras, a todas las familias que padecen los horrores del hambre, de la guerra y la persecución, así como las que han sucumbido en el mar buscando una vida mejor.
Comparto también la acción de gracias por los que están reunidos y contentos celebrando la Navidad: abuelos, padres e hijos, pequeños y mayores. Que este ambiente cálido y entrañable sea un momento propicio para transmitir la fe en Jesús nuestro Salvador, renovar la esperanza en el Mesías deseado por los pueblos y consolidar el amor que el Señor nos ha mostrado.
Una de mis mayores ilusiones pastorales es que los padres e hijos podáis crecer juntos en la vida cristiana. Un crecimiento que respete los ritmos y procesos de cada uno, sin caer en la ansiedad que no tolera “fácilmente lo que significa alguna contradicción, un aparente fracaso, una crítica, una cruz” (cf. Evangelii Gaudium nº 88).
Con afecto os bendigo y deseo que el Hijo de Dios, hecho hombre, llene de paz, amor y alegría a todas las familias de la tierra.
¡Feliz Navidad a todos!
+ José Vilaplana Blasco
Obispo de Huelva