Mayo es un mes grande para La Palma, y lo es, desde siempre, no sólo por
ese estallido primaveral con el que la naturaleza nos obsequia cada año, ofreciéndonos el perfume de azahar de la placita del Valle o los policromados matices de los bien cuidados, y cada vez más
escasos, balcones andaluces, donde el
rojo del clavel pone una nota de pasión a la inmaculada blancura, de la cal, entre el enrejado de los hierros, labrados o
forjados, con la estética, de un estilo inconfundible. Mayo es eso para cualquier
pueblo de nuestra Andalucía, pero para La Palma, es el mes más grande, el de
las fiestas, el de las Cruces. Un mes en
el que las muchachas palmerinas se apresuran con ilusión, a lucir lo mejor de su
belleza, a colgar la mejor flor en sus cabellos, a asistir al romerito con el más
primoroso y, más planchado traje, o la
procesión de su Cruz, con el más estampado y alegre vestido, sedoso y ligero,
que quieren combatir el calor a fuerza
de rítmicos abaniqueos.
Primavera de La Palma, son sus sones:
repiques de cigüeñas campanales,
cohetes y capullos en los hojales,
acuarela de versos y canciones.
Las fiestas de las Cruces de Mayo se
convierten cada año en una explosión de
colorido y alegría. Heredero de aquel
más rústico - y ¿quién "sabe si más auténtico?- romerito, donde a la grupa de un hermoso corcel, el mozo galanteaba a
'su adorada dama de ojos negros y labios rojos, es ahora el romerito
la más bella, de carácter popular que recorre nuestras calles. Artistas tiene La Palma, como los
ha tenido siempre, que hacen, de un trozo de madera, forrado de flores de papel,
el más suntuoso alarde de esculturas andantes, donde más que complementos,
las figuras, de las jóvenes palmerinas son
el centro y el motivo más auténtico de la
belleza.
Mes de Mayo, que despiertas con dianas,
-olor a aceite de tu Pescadería-
cuando apenas despuntas, nuevo día,
con un Angelus de Salves Marianas.
Los organizadores y amantes de estas
tan populares y auténticas fiestas, no
duermen. Se acuestan tarde, prolongando
hasta la madrugada una jornada donde
ha habido trabajo, diversión, copas y habas con poleo... y muy de mañana, como si se quisiera aprovechar las veinticuatro horas al máximo, a golpe de tambores y cornetas, de pasodobles y marchas, suenan las dianas, que nos hacen
bajar del lecho con premura, para recorrer el pueblo, tomar los "calentitos" con
café y, entre cohete y cohete, el .dulce
silbido de la flauta del tamborilero, que
a rítmicos toques de tambor, se pierden en añoranzas, de marismas rocieras.
La noche del sábado es larga, pero parece corta, y todavía las mujeres lucen
sus trajes y los hombres sus zahones, para recorrer de nuevo las calles de La
Palma, con velas y con flores en las manos: es el Rosario o la ofrenda a la Virgen del Val/e, que como palmerina que
es, es también crucera y sabe de Cruz
más que nadie. El domingo todo cambia
y se transforma; es el día de la procesión. Con un paso plateado, cargado, de
ramos de lirios..., ¡que bonita va la Cruz,
a hombros de sus hermanos! Y ,después
en, la recogida, se perderá la lágrima de
ese enfermo que ya no puede llevarla, o
de esa mujer a quien todo esto le evoca momentos que el tiempo no logra borrar,
pero todavía quedan fuerzas para el grito desgarrador de emociones, y suena mil
veces ese ¡Viva la Santa Cruz!
Ustedes estarán conmigo en que es el
Mes de Mayo, el más grande del año para La Palma, y que sólo lo podrán disfrutar aquellos que consigan arrinconar la
indiferencia en lo más profundo de su
pecho, y vivir con el pueblo las más vivas manifestaciones de una riqueza ancestral.
La fe que no pierde, palmerina,
gallardetes, de pasión y valentía
se rinden a tus pies, mi Cruz divina.
Manuel A. Rodríguez.
Corumbel Abril 1978.