Volvía la luz, con todo el tiempo
dentro, con todo el tiempo que atesora el Sagrado Madero que es símbolo de
nuestra Fe, con todas las plegarias y los rezos que ha venido recibiendo en
esta tierra; con todos los ruegos, las oraciones, las súplicas, los deseos y
los anhelos; con todo el recuerdo de los que se fueron aferrados a Ella. Con
toda la ilusión de los ojos de nuestros hijos. Con toda la luz atesorada en
mañanas de mayo. Con toda la pasión de la gente que la quiere y con toda la
pasión de este pueblo del que dijera Montoto que se volvía “loco por su Cruz”.
Volvía
la luz con el tiempo dentro… Si el cristiano está llamado a ser la luz del
mundo, el signo del Cristiano, nuestro símbolo, la Cruz, se hacía de nuevo en
La Palma, fiel reflejo de esa luz de manera más poderosa, más clara y más
rotunda aún y volvía a la ciudad que la
sacó de sus entrañas, con todo su tiempo dentro.
En
la mañana del sábado se abrieron las puertas de la capilla como si de un
traslado mañanero se tratase, la luz estallaba en el blancor del suelo de mármol
y nos regalaba una visión única de la Santa Cruz.
Quizá
nunca como hasta en ese momento comprendimos en toda su intensidad aquellas
palabras que de Ella dijera Morgado, quien sí supo sacar del Universo aquello
que mejor la describiera.
Nunca
antes comprendimos tan bien como en esos instantes a qué se refería el poeta
cuando la describía mezclando el “fulgor de sol naciente”, y el “blancor de
plata y luz”. Nunca como en ese momento supimos de su custodia convertida en
“sol radiante”, y en los reflejos de “luz de luna” de su cuerpo; nunca como
hasta en ese momento supimos del “blancor de plata y luz” en toda la
intensidad, como la vio aquella generación que la conoció en 1948 recién
llegada a su ciudad.
Volvía
la luz a la ciudad, en un noviembre mortecino que te vio marchar en el día de
los difuntos para recibirte con la llegada del Adviento, ese tiempo en el que
la luz se hace tan presente, simbolizada en las cuatro velas que se han de ir
encendiendo a la espera de la Navidad. En Tí nada es casualidad nunca y lo
demuestras con la grandeza sobrehumana que te rodea.
Se
acerca el momento de recibir a Aquel que dijo “Yo soy la luz del mundo;
el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”
(Juan, 8, 12-20)
La
Palma, momentos antes de la llegada del tiempo de Adviento, recibió toda la Luz
que cabe en una Cruz que lleva el tiempo dentro.
*
Nota: “La luz con el tiempo dentro”
es un verso del poeta moguereño Juan Ramón
Jiménez,
de cuya obra cumbre se cumple este año el centenario.