Amanecía en la
calle Sevilla una vez mas entre colgaduras rojas, adoquines limpios y aceras
encaladas. Amanecía una vez más, asomando el sol a la ciudad por donde lo hace
cada día, inundando de luz las calles blancas de este pueblo.
En la calle se oía
un murmullo de campanilleros a lo lejos, un estallido de cohetes escalonado, y unos
acordes de banda de música aun lejana. La Virgen del Valle volvía a visitar los
hogares de sus hijos, a repartir clemencia, a ser de nuevo la “Vida, Dulzura, y
Esperanza Nuestra”.
Vecinos en las
aceras, sentados al fresco de la mañana esperando a la Virgen. La Capilla con
las puertas abiertas recibía el estallido de sol y de luz al tiempo que sonaban
en su interior coplas de campanilleros.
La Virgen se sabía
a lo lejos. Recorría las calles que cada año son bendecidas por el Santo Madero
entre el fervor y la pasión.
Y así venía la
Virgen, agasajada de flores, cobijada por banderas y guirnaldas, arropada por
su pueblo, en un recorrido de vuelta a su casa lleno de ilusión y de
sentimientos de cercanía.
La Virgen llegaba
así a las puertas de la capilla del Santo Madero. Una vez más, blancor de plata
y luz y ofrenda refulgente a Dios en el mismo lugar. Blancor de plata en su
ráfaga y luz cegadora en las cales. Oro sobre rojo en las colgaduras, en su
manto, y en el camarín de la Cruz. Arrebol en las mejillas encendidas de mi Virgen y en la sonrisa de su divino
Hijo que se encontraba, frente a frente, con un madero revestido del mismo
blancor de plata que rodea la figura bendita de su madre durante todo el año.
Entró despacio, en
un dintel que parecía hecho a su medida, como Ella está hecha a la medida de
nuestra fe y de nuestra devoción. Allí la esperaba una Hermandad Centenaria que
había ido a esperarla con el Simpecado que la visita cada mes de mayo para
llevarle flores.
Se cumplían
cuarenta años de la primera visita a este lugar, y un cuadro donado al efecto
por la Hermandad del Valle recordaba aquella efemérides. Aplausos, vivas y
oraciones. La Virgen se giraba y se disponía a salir de nuevo a la Calle. De
nuevo el estallido de sol en la puerta. De nuevo la luz cegadora, el color de
las flores que caían desde el campanario y de las que traía a sus pies en forma
de ramos apiñados. Y de nuevo el blancor de la plata en el dintel de ladrillo
limpio.
La Virgen buscaba
su casa, calle Sevilla abajo, su torreón almenado para recibir oraciones en el
devenir diario de nuestras vidas. Se llevó, eso sí, un trozo de primavera bajo
su manto. Muchas oraciones, muchas plegarias, muchos ruegos en cada puerta, en
cada casa, en cada corazón que la implora. Ella está por encima de todo. A ella
pedimos vuelva a nosotros sus ojos misericordiosos. Y a Ella pedimos, volver a
esperarla de nuevo en nuestras puertas y en nuestras casas, allí donde se
encuentra el viejo Madero Santo de la Calle Sevilla.
Texto: José María Márquez Pinto.
Fotos: José María Pichardo Díaz y Fco Rogelio Cabrera Pérez.