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Desde la Junta de Gobierno de la Hermandad de la Santa Cruz de la Calle Sevilla y en nombre de todos los hermanos de esta Centenaria corporación, os damos nuestra más cordial bienvenida a este blog, que con seguridad nos servirá a todos para conocer mejor nuestra Hermandad y su vida asociativa, y así enriquecernos a nivel personal y colectivo.

domingo, 1 de mayo de 2016

Cruces de Mayo.



Mayo es un mes grande para La Palma, y lo es, desde siempre, no sólo por ese estallido primaveral con el que la naturaleza nos obsequia cada año, ofreciéndonos el perfume de azahar de la placita del Valle o los policromados matices de los bien cuidados, y cada vez más escasos, balcones andaluces, donde el rojo del clavel pone una nota de pasión a la inmaculada blancura, de la cal, entre el enrejado de los hierros, labrados o forjados, con la estética, de un estilo inconfundible. Mayo es eso para cualquier pueblo de nuestra Andalucía, pero para La Palma, es el mes más grande, el de las fiestas, el de las Cruces. Un mes en el que las muchachas palmerinas se apresuran con ilusión, a lucir lo mejor de su belleza, a colgar la mejor flor en sus cabellos, a asistir al romerito con el más primoroso y, más planchado traje, o la procesión de su Cruz, con el más estampado y alegre vestido, sedoso y ligero, que quieren combatir el calor a fuerza de rítmicos abaniqueos.

Primavera de La Palma, son sus sones: 
repiques de cigüeñas campanales, 
cohetes y capullos en los hojales, 
acuarela de versos y canciones.

Las fiestas de las Cruces de Mayo se convierten cada año en una explosión de colorido y alegría. Heredero de aquel más rústico  - y ¿quién "sabe si más auténtico?- romerito, donde a la grupa de un hermoso corcel, el mozo galanteaba a 'su adorada dama de ojos negros y labios rojos, es ahora el romerito la más bella, de carácter popular que recorre nuestras calles. Artistas tiene La Palma, como los ha tenido siempre, que hacen, de un trozo de madera, forrado de flores de papel, el más suntuoso alarde de esculturas andantes, donde más que complementos, las figuras, de las jóvenes palmerinas son el centro y el motivo más auténtico de la belleza.


Mes de Mayo, que despiertas con dianas, 
-olor a aceite de tu Pescadería- 
cuando apenas despuntas, nuevo día,

con un Angelus de Salves Marianas.


Los organizadores y amantes de estas tan populares y auténticas fiestas, no duermen. Se acuestan tarde, prolongando hasta la madrugada una jornada donde ha habido trabajo, diversión, copas y habas con poleo... y muy de mañana, como si se quisiera aprovechar las veinticuatro horas al máximo, a golpe de tambores y cornetas, de pasodobles y marchas, suenan las dianas, que nos hacen bajar del lecho con premura, para recorrer el pueblo, tomar los "calentitos" con café y, entre cohete y cohete, el .dulce silbido de la flauta del tamborilero, que a rítmicos toques de tambor, se pierden en añoranzas, de marismas rocieras.

La noche del sábado es larga, pero parece corta, y todavía las mujeres lucen sus trajes y los hombres sus zahones, para recorrer de nuevo las calles de La Palma, con velas y con flores en las manos: es el Rosario o la ofrenda a la Virgen del Val/e, que como palmerina que es, es también crucera y sabe de Cruz más que nadie. El domingo todo cambia y se transforma; es el día de la procesión. Con un paso plateado, cargado, de ramos de lirios..., ¡que bonita va la Cruz, a hombros de sus hermanos! Y ,después en, la recogida, se perderá la lágrima de ese enfermo que ya no puede llevarla, o de esa mujer a quien todo esto le evoca momentos que el tiempo no logra borrar, pero todavía quedan fuerzas para el grito desgarrador de emociones, y suena mil veces ese ¡Viva la Santa Cruz!

Ustedes estarán conmigo en que es el Mes de Mayo, el más grande del año para La Palma, y que sólo lo podrán disfrutar aquellos que consigan arrinconar la indiferencia en lo más profundo de su pecho, y vivir con el pueblo las más vivas manifestaciones de una riqueza ancestral.

La fe que no pierde, palmerina,
gallardetes, de pasión y valentía
se rinden a tus pies, mi Cruz divina.

Manuel A. Rodríguez.
Corumbel Abril 1978.